domingo, 12 de abril de 2009

Capítulo 21

Se acercaba el término del ciclo escolar y mi hermano insistía en que toda la familia asistiera al acto de fin de curso. Me llamó la atención que insistiera tanto sabiendo que todos los años lo hacíamos. Pensé que por ser aquella la culminación de sus estudios primarios tenía un interés especial.

Y llegó el momento. Yo sabía que mis piernas de tanto andar descalzo entre la arena y los montes necesitaban ese día de una higiene más profunda. Por otra parte, también el examen de mi madre iba a ser más riguroso. Así que tomé cepillo y jabón y fui a lavarme al salto de la acequia, seguido, como siempre, por Carel. Cuando calculé que estaba presentable fui a que mi madre diera su aprobación. Superado el examen, me vestí.

Como a mis hermanos el arreglo personal les llevaba mucho máqs tiempo, salí al patio y vi a Carel echado todavía junto al salto de agua. Me pareció que él también necesitaba un buen baño. Lo metí en la acequia y después de jabonarlo prolijamente enjuagué su pelo brilloso. Me había cuidado muy bien de no ensuciarme, pero no bien lo solté se revolcó en la arena y tuvo la muy mala y peregrina idea de venir a sacudirse a mi lado. Me dejó imposible.

¡Ay, Carel, con qué gusto te hubiera dado una paliza! ¿Cómo hacer? , ¿cómo presentarme ante mi madre? Yo sabía perfectamente que tenía para salir solamente aquel conjunto que llevaba encima.

Estaba frente a la puerta sin decidirme a entras, cuando uno de mis hermanos me vio. Después de la consabida reprimenda, tuve que desvestirme y me secaron la ropa a fuerza de plancha. Mientras tanto, toda la familia esperaba y mi hermano me echaba miradas furibundas. Tuve que aguantar sin chistar una serie de comentarios no muy favorables respecto de mi conducta y la de Carel. Por fin, todos estuvimos listos y salimos.

¡Cómo me gustaba ver a mi familia engalanada! Mis tres hermanas marchaban adelante vestidas con largos trajes y grandes capelinas, cada una de un color distinto. Parecían flores blancas, rosa y verde pálido, trasportadas por tallos ondulantes.

Mi hermano llevaba un traje azul marino que yo le envidiaba. Sin embargo, sabía que algún día sería mío porque la ropa pasaba de hermano a hermano según íbamos creciendo. No podíamos darnos el lujo de usar modelos exclusivos.

Cuando todos estuvimos acomodados en el sulky emprendimos la marcha. Carel quiso seguirnos, pero a un solo grito de mi padre se volvió. ¿Cómo hacen los perros para saber quiénes son los que realmente tienen la máxima autoridad? Muchas veces yo salía y no quería que Carel me siguiera. Lo mandaba a casa pero no me obedecía al primer intento. Otras veces, sentado sobre sus patas trasera me miraba alejarme y cuando pensaba que me había olvidado de él, me alcanzaba a la carrera. Tenía que insistir repetidamente para que entendiera que mi decisión era definitiva.

El acto de la escuela se desarrolló como otros que yo había presenciado, pero tuvo un final imprevisto. El director se subió a la tarima. Llevaba un fútbol en la mano. dijo que aquel fútbol había sido donado para el mejor alumnos, cuyo nombre daría a conocer enseguida. Cuando oí el nombre de mi hermano, experimenté una sensación indefinible, mezcla de alegría, orgullo y emoción. Aplaudí a rabiar juntamente con todos. Con el rabillo del ojo alcancé a ver que mi madre se secaba una lágrima. Mi padre sonreía también con toda la cara. ¿Tenía también un brillo extraño en los ojos o me había parecido?

Con el fútbol debajo del brazo y tomado de la mano de mi hermano salí por entre una doble hilera de gente que nos aplaudía y nos felicitaba al pasar.

¡Qué grande me parecía mi hermano y cuántas cosas sabría!

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