lunes, 13 de abril de 2009

Capítulo 20

Bordeado por enormes álamos, corría por medio de la chacra, dividiéndola en dos, un canal secundario. En verano venía lleno hasta los bordes y regaba todas las chacras de la colonia. Llegaba tan lejos que nunca supe dónde terminaba. En invierno cortaban el agua y allá por el mes de julio efectuaban la limpieza. Tanto en invierno como en verano el canal era motivo de atracción y de nuestras frecuentes visitas.

Hacia fines de noviembre comenzaba la época de los baños. Desde un puente que hacía las veces de trampolín me zambullía, mientras Carel ladraba bulliciosamente corriendo por la orilla. El Bayo, con las orejas gachas y los ojos semicerrados, dormitaba su siesta, dando vueltas en su filosofía equina a vaya a saber qué pensamientos que nunca nos comunicaba.

Sucedía casi siempre igual. Llamaba a Carel para que se bañara conmigo, pero el agua no era su debilidad. Ladraba llamándome pero cuidando de no acercarse demasiado porque sabía que yo lo arrastraría conmigo. Entonces yo salía y me sentaba en la orilla haciéndome el distraído. Al rato, Carel no podía con su genio y se acercaba. Comenzábamos a jugar con una rama tirando hacia lados contrarios. Este era uno de sus juegos predilectos. Se afirmaba en sus patas traseras y, entre respingos, daba frecuentes tirones tratando de arrebatármela. Entonces yo me dejaba caer al agua y el cabezón, por no ceder, se venía detrás de la rama. ¡Cómo jugábamos entonces! Nadaba casi tan ligero como yo y la rama quedaba un rato en poder de cada uno.

Mi única ventaja era que Carel jamás se zambullía; en cambio, yo nadaba varios metros debajo del agua y aparecía donde él menos lo esperaba. Entonces salía a la orilla y desde allí me ladraba reprochándome que usara una estrategia a la que él no podía recurrir.

Cansados nos íbamos a tirar en la arena caliente. Infaliblemente, Carel se acercaba al médano donde yo estaba tomando sol y sacudía su pelambre mojada llenándome de gotitas frescas. ¿Por qué será que los perros se sacuden cerca de las personas? ¿Lo hacen a propósito? Soy un convencido de que Carel lo hacía con toda intención.

Era delicioso revolcarse en los médanos para que la arena se pegara a la piel húmeda. Mientras me iba secando, observaba cómo se desprendían los granitos de arena. Parecía el proceso de las víboras cuando cambian la piel. Estas escenas se repetían varias veces durante el día.

A veces íbamos hasta el galpón en busca de una soga. Volvíamos tirando Carel de una punta y yo de la otra. Ataba al Bayo en un árbol y después lo bañaba a baldazos. Carel, con su gran bocaza abierta contemplaba la escena o daba saltos y ladridos como queriendo demostrar que él también participaba. El Bayo levantaba la cabeza, ponía las orejas en punta y esquivaba el agua sin mucha voluntad. Sin duda agradecía el baño que refrescaba aquellas siestas calientes como horno. Seguramente nos consideraba unos chiquillos porque ni con eso podíamos hacerlo partícipe de nuestros juegos. Por lo general, después de aquella ducha higiénica se revolcaba en la tierra. Su cuero quedaba lleno de arena y hojas.

¿Sería realmente un filósofo o sería un tonto?

No hay comentarios:

Publicar un comentario